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GUAYACANES, DE CUBA

El modelo eleccionario de Cuba nace en la ciudadanía


Néstor Núñez (AGENCIA CUBANA DE NOTICIAS)




   El tres de febrero en toda Cuba tendrán lugar los comicios generales para elegir a quienes integrarán el Parlamento y las asambleas provinciales del Poder Popular.   
   Este proceso tuvo una primera etapa, pues comenzó mucho antes con las reuniones de nominación de los candidatos a delegados, en las que fue masiva la participación de los vecinos, y la posterior elección por estos de quienes los representarían en las instancias municipales, como delegados de circunscripción.
   Y es que en la Isla, como se ha dicho más de una vez, no existe la postulación por partidos políticos de diferentes tendencias, sino solo a partir de los criterios ciudadanos expresados de forma directa y abierta en asambleas con los electores.
   Es, en pocas palabras, la manera que los cubanos han adoptado para establecer sus órganos de gobierno, a tono con las características del sistema político escogido y el entorno en que ha debido desarrollarse el proceso revolucionario.
   Y, desde luego, por el simple hecho de no parecerse a los tradicionales modelos electorales asumidos en Occidente, o por no congeniar con la tan llevada y traída “democracia representativa”, de la que suelen hacer gala los centros globales de poder, el modelo utilizado por la Isla no puede ser descalificado ni estigmatizado.
   Si partimos de la base de que democracia presupone “gobierno del pueblo”, ciertamente no pocos métodos utilizados en el planeta para acercarse a este contenido dejan mucho que desear.
   Los que defienden un sistema como el norteamericano, por ejemplo, pasan por alto que en ese contexto el monopolio del gobierno se ha establecido históricamente entre dos poderosos segmentos políticos.
   Sus diferencias son apenas de forma, porque el contenido clave, la defensa y expansión del capitalismo made in USA, es un asunto en que ambos partidos concuerdan perfectamente, y que nunca será violado por ninguno de los bandos en pretendida pugna.
   Asimismo, hacer política en esa sociedad se ha convertido en un mero asunto de dinero, demostrado en que mandato tras mandato las elecciones norteamericanas, y la materialización de las aspiraciones de los candidatos a cualquier nivel, tienen más de operaciones financieras que de lid sustentada en las ideas y programas ajustados a las urgencias y demandas de quienes acuden a las urnas.
   En Cuba, por demás, se sabe que el modelo vigente es aún perfectible.
   Se requiere, por ejemplo, de mayor efectividad y eficiencia en el funcionamiento de las estructuras y entidades del Poder Popular; y de más ejercicio de la cultura del debate o la polémica en su seno; de que el reclamo de los representantes del gobierno a sus diferentes instancias  sea respetado y cumplido por las entidades y organismos.   
   Pero nada de ello implica que la “variante cubana” deba ser vetada caprichosamente como un pretendido “atentado a la democracia”.
   Y es que, en sustancia, con todo lo modificable que aún quede por asumir, el fin es hacer valer la mayor cuota de voluntad ciudadana posible a partir del escenario en que vive la Isla en su   justo empeño de mantenerse como nación independiente.

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