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GUAYACANES, DE CUBA

Mi Camagüey

El rescate de Sanguily: epopeya y gloria

El rescate de Sanguily: epopeya y gloria

Por Lucilo Tejera Díaz

 

                Alzóse un yaguarama reluciente,

                se oyó un grito de mando prepotente y un semidios,

                formado en el combate, ordenando una carga de locura,

                marchó con sus leones al rescate

                iy se llevó al cautivo en la montura!

                              (Fragmento del poema “El rescate de Sanguily"

                               -1919-, de Rubén Martínez Villena)

 

   En 1871 la guerra por la independencia de Cuba del colonialismo, iniciada el 10 de octubre de 1868, atravesaba momentos muy difíciles en la región de Camagüey por los golpes de las fuerzas peninsulares y las presentaciones a la autoridad española de huestes mambisas.

   Para entonces el mayor general Ignacio Agramonte y Loynaz, indiscutible líder de los libertadores en Camagüey, había reasumido el mando en esa demarcación, tras superar diferencias con el presidente Carlos Manuel de Céspedes y organizaba su fuerza para emprender acciones bélicas que cambiaran aquel estado de cosas.

   Enfrascado en esa tarea estaba cuando llegó el siete de octubre con 70 jinetes a un potrero no muy distante al sur de la ciudad de Puerto Príncipe (hoy Camagüey), para darle descanso a su pequeña tropa y a los animales.

   Uno de los oficiales subalternos, el brigadier Sanguily, le solicitó permiso para ir al día siguiente, acompañado de dos ayudantes, a un rancho cercano donde vivía una patriota para que le lavara la única muda de ropa en su poder.

   Aquella mañana del ocho de octubre de 1871 ocurrió un hecho de armas que trasciende en el tiempo por el golpe rápido y coherente dado a una columna española de 120 rifleros a caballo por 35 valientes, que en un acto sublime y heroico arrancaron de las garras peninsulares, y de una muerte segura, al brigadier Sanguily.

   Algunos años más tarde, el 10 de octubre de 1888, José Martí, quien conoció del hecho por referencias, publicó en El Avisador Cubano un artículo que tituló “Céspedes y Agramonte”, en el cual escribió del patriota camagüeyano:

   “¿Aquél que cuando mil españoles le llevan preso al amigo, da sobre ellos con treinta caballos, se les mete por entre las ancas, y saca al amigo libre?

 

JULIO SANGUILY GARRITE

 

   ¿Quién era este general por quien el jefe mambí camagüeyano sentía especial afecto por su valentía, disciplina y lealtad a la lucha independentista?

   Julio Sanguily Garrite nació en La Habana el nueve de noviembre de 1845 y el 12 de octubre de 1868, dos días después de haber comenzado la Revolución en Cuba, viajó a Nassau, en las Islas Bahamas, para incorporarse a la expedición de la goleta Galvanic, la cual desembarcó fuerzas y medios en La Guanaja, en el norte de Camagüey.

   A partir de entonces, Sanguily intervino en numerosos combates y fue ascendiendo constantemente en la jerarquía militar mambisa hasta mayor general.

   El cuatro de junio de 1870 le infligieron una grave herida en su pierna izquierda, que quedó destrozada e inutilizada y desde entonces fue preciso montarlo, amarrarlo y desmontarlo de su caballo para que pudiera combatir.

  Al estallar en 1895 la tercera guerra por la independencia,  Sanguily fue hecho prisionero por el Cuerpo de Voluntarios de La Habana, y sometido a un proceso judicial que finalmente lo condenó a cadena perpetua, e indultado dos años después abandonó el país, al que retornó en una expedición en 1898.

   Durante los primeros años de la república mediatizada por la intervención de Estados Unidos, Sanguily determinó no participar en la vida política del país.

   Falleció en La Habana, el 23 de marzo de 1906.

 

EL RESCATE

 

   En el rancho de la patriota cubana, Sanguily fue sorprendido y hecho prisionero por una patrulla de una columna hispana que andaba en operaciones por las cercanías.

   Al saber la aciaga noticia, Agramonte escogió 35 jinetes y emprendió de inmediato la persecución de la fuerza enemiga  para arrebatarle en un golpe de audacia al inválido que con seguridad sería condenado a muerte.

   El valiente norteamericano Henry Reeve iba al frente, en una pequeña vanguardia, con la orden de localizar a la columna peninsular y avisar enseguida al resto de la mambisada.

   Al divisarlos, Agramonte y sus hombres la atacaron al machete con furia, pero al comprender que el éxito de la acción no podía dejarla solo al arma blanca dispuso que una línea de rifleros desmontara y disparara contra el enemigo.

   Fue un triunfo total: 11 bajas peninsulares quedaron en el campo de batalla y Agramonte y sus hombres regresaron al campamento con el brigadier Sanguily a celebrar el rescate.

   Esta victoria se corrió como pólvora e influyó notablemente en el ánimo de las huestes insurrectas,  y demostró que Camagüey estaba nuevamente en pleno pie de guerra y con un jefe insuperable: Ignacio Agramonte.

   El líder de la Revolución Cubana Fidel Castro, conocedor del arte militar, calificó esta acción de “hazaña insuperable” en un memorable discurso pronunciado en Camagüey el 11 de mayo de 1973, en el centenario de la caída en combate de El Mayor, como sencillamente llamaban sus subalternos a Agramonte.

   En esa ocasión Fidel señaló:

   “…Esta fue sin duda una de las más grandes proezas que se escribieron en nuestras luchas por la independencia, y ha pasado a ser un hecho de armas proverbial, que en aquel entonces despertó incluso la admiración de las fuerzas españolas.”

Santa Cruz del Sur: del desastre al aliento

Santa Cruz del Sur: del desastre al aliento

   Quizás las imágenes de la televisión o de una fotografía, por más que se quiera, nunca expresarán con toda vivencia el desastre ocurrido en los barrios costeros de Santa Cruz del Sur, en la provincia de Camagüey, golpeados con saña por el huracán Paloma la noche del sábado ocho de noviembre.

   Una periodista de esa ciudad, al llegar un grupo de reporteros al poblado, expresó con dolor: “Lo de La Playa es desolador”.

   La zona residencial del litoral, separada unos dos kilómetros de la parte principal de la ciudad, es conocida como Playa Bonita, o sencillamente La Playa, en el lado este, y en ella está el núcleo fundacional del poblado pesquero. Al oriente radica la otra sección de viviendas, más pequeña y menos poblada que la anterior.

   Este lugar, el del litoral, vive marcado por la tragedia ocurrida allí el nueve de noviembre de 1932, cuando un huracán que transitó cerca empujó el mar tierra adentro, cubrió todo el caserío y causó más de tres mil muertes.

   Eso no se olvida, y quien vaya de visita obligatoriamente tiene que referirse y preguntar por tan funesto suceso.

   El barrio de La Playa se asienta en una larga y estrecha lengua de tierra de dos kilómetros aproximadamente, que por el frente tiene al Mar Caribe y por el fondo una pequeña rada que sirve de puesto pesquero.

   Cuenta con una calle principal, con las viviendas encimadas a la vía sin acera, y una más por el mismo litoral. Por la parte del fondeadero tiene una de poca extensión, al igual que algunas que atraviesan la de entrada al barrio.

   Sus pobladores, como quienes les antecedieron en la vida, se dedican a la pesca: unos en embarcaciones langosteras, camaroneras y de captura de peces, otros en las labores industriales de este rama y últimamente en la camaronicultura, en auge en Santa Cruz del Sur.

   Pero esta geografía de La Playa cambió en la noche del ocho de noviembre de 2008, un día antes del aniversario 76 de la tragedia de 1932.

   Todo ocurrió cuando el meteoro Paloma llegó  a las 7:25 de la noche a un punto cercano a Santa Cruz del Sur con vientos de huracán categoría cuatro de un máximo de cinco en la escala Saffir-Simpson.

   Para esa hora en las casas del litoral, en sus dos lados, no quedaba nadie, salvo algunos hombres que se quedan para proteger los bienes de su familia y de vecinos.

   Con el antecedente del lo ocurrido en 1932 y la insistencia de las autoridades por alejarse del lugar cuando existe amenaza de ciclón tropical, los pobladores abandonan sus casas y van hacia albergues en la ciudad de Camagüey, a unos 80 kilómetros de allí, o de familiares y amistades tierra adentro.

   Ahora se les sitúa transportes para que lleven a sitio seguro muchas de sus pertenencias y ómnibus que trasladan a los habitantes.

   Eso es una ventaja que se cumple rigurosamente.

   A pesar de ello los destrozos fueron considerables, sobre todo en viviendas, porque, como alertó continuamente el Instituto de Meteorología, el mar entró por el litoral 1,5 kilómetros.

   Las olas eran de tres a cuatro metros, y en una casa con el piso alto el agua me llegaba al cuello. En 57 años que tengo nunca había visto nada igual, contó poco después Pedro Ripoll, uno de los que siempre permanece en la protección del barrio.

   Cuando ya el mar se había retirado a sus límites habituales, “Paloma” se deshacía en el norte de Camagüey y la claridad del día dio luz, el panorama de La Playa era verdaderamente desolador.

   Decenas y decenas de viviendas, la mayoría de paredes de madera y techo de tejas (de planchas de zinc o fibrocemento, y algunas de tejas francesas) dejaron de existir, muchas más con las puertas y ventanas arrancadas por la fuerza del mar. De las que se mantienen en pie a la vista, por dentro están marcadas por el fenómeno, y los útiles del hogar convertidos en un amasijo de cosas, amontonados sin orden y sin importar el destrozo.

   Imagínese la calle principal por un minuto: cubos, cucharas, gallinas muertas, jarros, pedazos de vigas de techo o paredes, trozos de madera, de tejas, ropa, algún refrigerador.

   Lo que quedó en las casas el mar lo sacó y se lo llevó, o si no pudo hacerlo lo dejó en la calle, dijo Ripoll como si el mar fuera un mal personaje.

   ¿Y ahora, qué?, le pregunta el periodista.

   Mira el desastre que hay a su alrededor y fija la vista en el piso de donde estuvo hasta unas horas antes una casa, donde él creció y se hizo hombre.

   No nos vamos a morir, expresó enfático.

   Golpeada Cuba este año con fuerza por destructores huracanes, siempre saca fuerzas para arreglar y seguir adelante.

   Los pobladores del litoral de Santa Cruz del Sur lo saben porque son parte de ello.

   Pero aunque aman esa lengua de tierra saben que ya es hora de dejar los recuerdos y construir sus casas en un lugar que les brinde más seguridad, y dejar en el olvido la zozobra de cada año, con la temporada ciclónica, evacuarse cada vez que un meteoro anda cerca y sufrir sus embates, sobre todo de ese mar que les da vida y a veces también penas.