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GUAYACANES, DE CUBA

La Amalia del Camagüey

La Amalia del Camagüey

Camagüey.- Con la gracia y la elegancia propia de las muchachas de la alta aristocracia principeña irrumpían en los salones al punto que no quedaba mozo soltero que de inmediato no se dispusiera a asediarlas. Es así que algunos esperaban determinadas celebraciones en las que se sabía que asistiría la familia Simoni para procurar la oportunidad del baile o el juego propicios para disfrutar de la compañía femenina.

Amalia, que así se llamaba la mayor de las dos hermanas, hijas de la citada familia, era una de las camagüeyanas más hermosas, cultas y educadas de su época, cultivada en Europa, Estados Unidos y Canadá; de ojos y pelo negros, porte elegante y distinguido que, a decir de nuestra poetisa Aurelia Castillo: Parecía que había sido creada para llevar sobre sus hombros el manto real.


Pero la joven tiene ojos y corazón para uno solo, el estudiante de Derecho Ignacio Agramonte y Loynaz, y es así, en estas circunstancias, como nace aquel amor que trasciende como un símbolo de decisión, entrega y lealtad.

Si no es con Ignacio, padre, con ninguno me casaré; defendió Amalia su amor con tal fuerza, que el Dr. Ramón Simoni no pudo hacer más objeciones.

El noviazgo transcurrió en medio de una felicidad total; el 1ro. de agosto de 1868 la pareja se une en matrimonio, y un tiempo después la luna de miel es interrumpida por el estallido de la Guerra de Independencia. Ignacio era uno de los principales conspiradores del Camagüey contra el régimen colonial español, por lo que se incorpora a la lucha el 11 de noviembre, en el ingenio Oriente, en Sibanicú.

Tu deber antes que mi felicidad es mi gusto, fue la digna expresión de la amada, la que el 1ro. de diciembre siguiente tiene que abandonar su bienestar para marchar al campo insurrecto junto al esposo, pues sus familias, como otras tantas camagüeyanas, tenían un alto nivel de comprometimiento con la causa independentista.

El primer hijo les llegó el 26 de mayo de 1869, en Arroyo Hondo. Por razones de seguridad la familia tiene que pasar a otro sitio, en las inmediaciones de la Sierra de Cubitas, donde Amalia puede compartir a ratos con su amor, lugar al que Ignacio denominara “El Idilio”.

Al terminar el combate –recordaba Amalia- siempre corría a donde yo estaba a galope tendido, para calmar mi inquietud y con modestia sin igual callaba sus rasgos de valor, encomiando las proezas de sus subordinados. Alguna vez le preguntaba yo: pero y tú, ¿qué hacías? – ruborizándose me contestaba- yo... he cumplido con lo que me ordena el deber. Era tan modesto como valiente...

Un año después, cuando celebraban el cumpleaños del niño, fueron sorprendidos por el enemigo; y sólo por las súplicas y ruegos de Amalia, Ignacio se interna en la manigua y no es apresado, en tanto las mujeres son conducidas por un grupo de voluntarios a la ciudad de Puerto Príncipe.

Un hecho significativo de este momento, relatado por la escritora Aurelia Castillo, destaca que uno de estos individuos, al ver que Amalia llevaba en brazos a su pequeño hijo, se le abalanzó gritando: “A matar al mambisito”, crimen impedido por el general Fajardo, quien le sugirió a la joven madre que le escribiera a su esposo conminándolo a la rendición, propuesta que Amalia respondió: General, primero me corto la mano antes que yo escriba a mi esposo que sea traidor.

Sorprendido, el oficial español inquirió a la muchacha en qué se basaba para estimar una traición a su propuesta, a lo que ella replicó: Si, traidor a su patria cuando se le abandona en tal trance.

Amalia tiene que marchar al exilio, que pasa indistintamente en Mérida y Nueva York donde nace Herminia, su segunda hija, la que nunca conoció al padre, pues Ignacio y Amalia no se volvieron a ver desde la tarde del cumpleaños de Ernesto.

Imparte clases de canto y piano para mantener a sus dos hijos y ayudar al resto de la familia, su fervoroso patriotismo y devoción por el compañero jamás decayeron; las cartas al esposo eran de íntima confidencia y afinidad ideológica, y en una de ellas, la única que se conoce luego de la muerte de El Mayor, La resignación por nuestras ausencias se agota y hace aumentar mi odio a los españoles. Cuba exige muchos sacrificios, pero será libre a toda costa.


En la ciudad de Mérida Amalia conoce de la muerte del amado, ocurrida el 11 de mayo de 1873 en los potreros de Jimaguayú, lo que soporta con valor.

Después del Pacto del Zanjón, retorna con sus hijos a Puerto Príncipe, aunque pasa temporadas en Nueva York, donde conoció a José Martí, quien en más de una ocasión escuchó de sus labios testimonios de la Guerra.

Durante una de estas conversaciones nuestro Héroe Nacional le manifestó: Amalia, Ignacio Agramonte tuvo una compañera. No todos los hombres han tenido la suerte de hallar en la esposa una compañera.

Ella admiró y respetó mucho a Martí; existe constancia de que al escucharlo pronunciar su discurso por el vigésimo aniversario del estallido de la Guerra del `68, le escribió: Quien tan bien sabe conmover al que lo escucha, arrancará siempre esos aplausos entusiastas que salen del corazón y hacen sentir tan noble orgullo a sus compatriotas...

Finalizada la contienda la Simoni regresó a Cuba para residir modestamente en La Habana en la calle Zulueta, sin participar en acto público ni aceptar el ofrecimiento de una pensión como viuda del Mayor General Ignacio Agramonte y Loynaz, al argumentar: Mi esposo no peleó para dejarme una pensión, sino por la libertad de Cuba.

En un artículo de nuestro querido historiador Gustavo Sed apuntaba que con motivo de la visita a La Habana de la infanta Eulalia de Borbón, a Amalia se le imputó haber acudido a rendirle pleitesía, a lo que la patriota respondió: He visto con tanta sorpresa como indignación –porque injustamente se ataca a mi decoro político- que se le haya dado una interpretación torcida y maliciosa a mi entrada ocasional que hice al Jardín de los Molinos (...) Los que aman la memoria del que yo tanto amé, cuyo recuerdo venero, son los llamados a hacerme justicia.
 
El 2 de noviembre de 1894 la Idolatrada de El Mayor llegó al cementerio de esta ciudad portando una hermosa corona de flores en cuya cinta llevaba la siguiente inscripción: A Ignacio Agramonte y Loynaz y a todos los mártires que no tuvieron sepultura. Amalia, Ernesto, Herminia y Cuba.

Al reanudarse la contienda independentista en 1895 regresa a los Estados Unidos, desde donde criticó duramente a este gobierno por su posición hostil hacia los revolucionarios: Desgraciadamente su gobierno está lejos de ayudarnos y no se decide aún a romper esa hipócrita y fría diplomacia tan leal y tan cordial que sostiene con España (...) Hoy hay un gran debate en el Senado, pero yo nada bueno espero ya, toda la esperanza la cifro en nuestro sufrido ejército, y en la constancia de los que estamos fuera redoblando los esfuerzos para que nunca falten a los patriotas pólvora y balas. Escribía el 17 de mayo de 1897.

Amalia continuó dedicada a enaltecer el digno recuerdo de su esposo hasta su deceso en La Habana el 23 de enero de 1918.


En testamento suscrito el 17 de junio de 1892 en la propia ciudad de Nueva York y ratificado en Camagüey en 1912 manifestó su voluntad de: ... si mi fallecimiento ocurre en la isla de Cuba, mi cadáver sea enterrado junto con mi padre... Cumplido aquel deseo, sus restos descansan en la necrópolis de Camagüey desde el 1ro. de diciembre de 1991, donde el pueblo la honra con la dignidad que merece.

  

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