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GUAYACANES, DE CUBA

A UN AMIGO SINCERO QUE SE FUE SIN DESPEDIRSE

A UN AMIGO SINCERO QUE SE FUE SIN DESPEDIRSE

 Por Lucilo Tejera Díaz

Las cosas ocurren así, muchas veces sin querer, como esta que me sorprendió la mañana del lunes 31 de enero de 2011. No esperaba, de verdad, tal hecho.

José Peña Estremera, conocido por sus amigos como “Ventolera” o “El men”, nombres con los que era identificado en la lucha clandestina contra la dictadura de Fulgencio Batista a fines de la década del ’50 de la pasada centuria en la ciudad de Camagüey, en Cuba, se había ido de la vida sin despedirse de quienes lo admirábamos desde hacía casi 30 años.

Lo conocí en las primeras semanas de febrero de 1981 cuando junto al también periodista José Gilberto Valdés, ahora en el telecentro de Camagüey, nos encomendó el periódico Adelante desarrollar una investigación con entrevistas a participantes y vencedores en los combates contra las fuerzas mercenarias proyanquis por Playa Girón (Bahía de Cochinos) a mediados de abril de 1961.

En el grupo de milicianos e integrantes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias y del Ministerio del Interior que entrevistamos estaba “Ventolera”, entonces chofer de un ómnibus de transporte escolar.

Elocuente en el hablar, de muchos gestos con todas las partes de su cuerpo para darle validez y fuerza a cuanto decía, “Ventolera” enseguida nos embriagó con los numerosos relatos de su vida desde niño cuando sin apenas estudiar tuvo que trabajar de limpiabotas por las calles de la ciudad, y en los ratos libres boxear o jugar pelota (béisbol).

Fue así como tempranamente conoció los avatares de la vida del humilde, y enseguida comprendió la necesidad de incorporarse a la lucha que se desarrollaba en Cuba por derrocar aquella tiranía en la Sierra Maestra y en las ciudades, liderada por el Comandante en Jefe Fidel Castro.

Desde la acción más sencilla el adolescente fue adentrándose en la complejidad y los riesgos de ese tipo de lucho, frente a un enemigo vil, que no se detenía ni ante la edad de un ser humano para torturarlo y vejarlo.

Eso le pasó a Peña, pero él no se amilanó, y junto a otras jóvenes en Camagüey realizaba acciones cada vez más arriesgadas y de mayor impacto.

Pero una de las veces que estuvo preso los justicia de entonces decidió enviarlo para la prisión de menores Torrens, en La Habana, de donde escapó, con la ayuda de un cocinero, por un túnel de desagüe y regresó al combate en Camagüey.

Al triunfo de la Revolución el Primero de Enero de 1959, Peña se mete más en el nuevo proceso y se suma a la lucha contra los que pretendían dar marcha atrás a la historia. La Dirección de Inteligencia del Ejército Rebelde (DIER) y después el Departamento de la Seguridad del Estado, lo tuvieron entre sus más jóvenes miembros.

Siempre recordaba su participación en 1962 en la detención de un grupo de contrarrevolucionarios afiliados a la organización batistiana La Rosa Blanca, fundada en Nueva York por Rafael Díaz-Balart, que pretendía alzarse en la Sierra de Cubitas, en la parte norte de Camagüey.

Luego fue movilizado por las Milicias Nacionales Revolucionarias a combatir en la cordillera del centro de Cuba (Guamuhaya, aunque popularmente se conoce por una sección de ella, Escambray) a las bandas de contrarrevolucionarios que asolaban la región, con el apoyo de Estados Unidos.

Su presencia en los combates de Playa Girón fue accidental. Al regresar de un permiso para ver a su familia en Camagüey, en Cienfuegos fue incorporado de urgencia al Batallón 339, con milicianos de esa ciudad del sur de Cuba, que ya se movilizaba para la zona de la Bahía de Cochinos, en la Ciénaga de Zapata, en espera de una inminente agresión mercenaria.

De tal forma estuvo en el grupo de revolucionarios cubanos que enfrentaron primero las hordas mercenarias financiadas, entrenadas, armadas y apoyadas plenamente por el gobierno de los Estados Unidos, primero con la administración de Dwight Eisenhower y después por la de John Kennedy, que heredó el plan y lo llevó adelante y cargó con la derrota en apenas 72 horas de fieras acciones bélicas.

Peña fue en todo momento un revolucionario convencido y valiente, de esos que no se calla ante lo mal hecho, sea quien sea el que cometa una falta.

Pero era, sobre todo un amigo sincero. Y partió de la vida en silencio y en plena soledad por una razón fortuita.

Sus amigos, estoy seguro, siempre lo recordaremos.

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